miércoles, 23 de septiembre de 2009

Llamame cuando llegues

“Llamame cuando llegues”, suele ser la frase común que un chico le dice a su novia antes de que esta cierre la puerta del taxi. Esta vez se repitió la historia, pero el chico no era tan chico. Me hace seña una pareja de unos 65 años frente a la plaza Colón y, para mi sorpresa, sube sólo la señora. Despidiéndola con un “piquito”, el señor con cara y tono de enamorado le dice: “acordate de mí y llamame cuando llegues”. En primera instancia me sorprendió el afecto con el que se trataron esos breves instantes que los pude ver juntos.

Ya en el viaje, Rosa, mi pasajera, comienza a contarme que eran novios, y que este hombre la hacía muy feliz. “A mí me gusta salir a la Cantina de los panaderos (lugar bailable para mayores de 40). Hace mucho tiempo que voy allí. En un baile nos empezamos a hablar”, me comentó la señora como introducción a su historia amorosa con Rubén (el que le dio el piquito antes de que se suba al taxi). Siguiendo con el relato, me mencionó que ella antes no lo registraba, pese a que hacía mucho tiempo que ambos coincidían en divertirse en el mismo lugar bailable. “A mí me gustaba el turco, que también iba a la Cantina. Era un “churro”, por eso estaba atontada y no tenía ojos para otra persona. Estuve años esperando que me correspondiera; hablábamos mucho y pensé que iba a tener una oportunidad con él”, decía Rosa. Y continuó: “un día el turco me dice si quería que fuéramos a la Cantina, que me pasaba a buscar. Yo me sentía en el cielo, creía que se me iba a declarar. Cuando llegamos al lugar me menciona que tenía algo importante que decirme, pero que esperara unos minutos. Pasaron 10 minutos más o menos y cayó un vieja “re pintarrajeada”. El turco me la presentó como su novia. Se me vino el mundo abajo”.

Dicen que de toda crisis se puede sacar una oportunidad, y así lo entendió aparentemente Rubén. Ni lerdo ni perezoso, vio que Rosa estaba muy mal y “le arrimó la chata”. Rubén me invitó a tomar un café dejándome en claro que no se quería aprovechar de la situación, pero que no podía verme mal”, seguía contándome la pasajera. Café va, café viene, baile de por medio, comenzaron a salir con el título de “novios”. El viaje ya estaba finalizando y el relato seguía: “el me contó que siempre estuvo enamorado de mí, pero que nunca se animó a decírmelo por miedo a que yo lo rechace. Es un dulce mi negrito, a tal punto que hoy me propuso casamiento”. Me quedaba una sola pregunta por hacer: ¿Cuánto tiempo hace que salen? “Aunque vos no lo creas, solo 10 días”, concluyó Rosa.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Consultorio psicológico

Muchos me preguntan cómo obtengo la información que publico, cómo hago para que los pasajeros me cuenten determinadas cosas. Yo siempre les contesto que la conversación va siguiendo su curso normal y, a veces, se desemboca en historias muy interesantes. Además, insisto en que muchas veces es el pasajero el que tiene las ganas y la necesidad de contar.

Un caso patente de esto es lo que me pasó el otro día. Sube una chica de unos 25 años cerca de Patio Olmos (Shopping). Me dice la dirección y nada más. Después de hacer 15 cuadras en silencio, pasamos por un lugar y “rompió el hielo” con un: “esta zona me trae muchos recuerdos”. A lo cual yo interpreté que tenía que intervenir: “¿Por qué?”, pregunté. Haciéndome el gil, sabiendo que era muy probable que se esté refiriendo a una persona, le pregunté: “¿Jugás al tenis, sos abogada o estudias algún arte? (En la calle por la que circulábamos está el Córdoba Lawn Tenis, Tribunales Federales y la Ciudad de las Artes). “No, por acá cursé la secundaria… (breve pausa)…y vive mi ex novio. Salí con él 8 años”, respondió. Me salió el curioso de adentro y le pregunté por qué no había funcionado la relación, a lo cual ella me dijo que el chico la había engañado en seguidas oportunidades. A partir de ese momento me hizo una crónica detallada de su noviazgo frustrado, aclarando que si bien ella está “muy” de novio con otra persona, a la cual calificó de ideal, aún “le tira” su amor por el “engañador”. Me contó que se fue a vivir a otra provincia para poder olvidarlo y que aunque pasaron 3 años, aún "hay mucha química cuando se ven ocasionalmente" (pasajera dixit).

Otra cosa que me mencionó es que ella estaba de paso por Córdoba (en el momento en el que la estaba llevando en el taxi), y que se lo había cruzado en el boliche ese fin de semana: “tuve que irme porque no aguantaba verlo. Si me quedaba iba a empezar a charlar, me podía confundir y se iba todo al diablo”, comentó. En fin, en su relato me dio un montón de detalles más, como por ejemplo que tienen un amigo en común por el cual se entera de él: “Carlitos (el mediador) me dijo que cuando se enteró (el engañador) que yo me fui de Córdoba, se le vino el mundo abajo”, mencionó.

La idea no es contar esta historia. No va a ser la primera vez que alguien tenga una relación enfermiza, estando con alguien, cuando su corazón le dicta otra cosa. Mi objetivo es mostrar cómo a veces la necesidad de contar hace que uno “se desahogue” en el taxi cual si fuera un consultorio psicológico, sin importar que el conductor sea un extraño, desentendido del psicoanálisis. Bastaron los 10 minutos que duró el viaje para que la pasajera me hiciera un resumen de su vida amorosa, sin que yo asumiera un verdadero rol de entrevistador. Sin dudas, hay veces que el deseo de contar es más fuerte…