jueves, 5 de noviembre de 2009

Taxi de bodas

En el taxi, no solo me tocó asistir a un velorio para llevar una corona a un difunto equivocado. El “amarillo” también tiene cosas positivas impensadas.

Sábado, 23 horas. Me hace seña una pareja en el Bv. Las Heras (generalmente así empiezan los viajes: con la seña del pasajero para que uno se detenga… JEJE). Ambos estaban bien vestidos, como para asistir a una fiesta. Suben, y me dicen el destino: “Barrio General Paz”. Seguido de esto, el pasajero acota: “estamos llegando tarde al casamiento”. Yo, haciéndome el “pícaro” y chistoso a la vez, le digo: “mientras ustedes no sean los novios”. “Somos los novios”, me contesta la pasajera de manera sonriente. Sinceramente me dejó tan descolocado la respuesta, que me quedé por varias cuadras en silencio.

En sí, el viaje era corto. No me quedaba mucho tiempo y tenía que averiguar porqué no alquilaron un auto o pidieron prestado uno para llegar al salón de fiestas: se habría roto, una nueva moda en los casamientos quizás, una decisión exótica para impresionar tal vez. Mil cosas se me venían a la cabeza. ¿Cuál es la manera más fácil de enterarse de algo? Preguntando. Pero el tema es cómo preguntarlo. Allí fui con mi pregunta al punto (me quedaban 5 cuadras de viaje): “¿Por qué al Salón de fiestas en taxi?" El novio ya tenía la respuesta lista, como sabiendo que se venía mi pregunta. “Hace 4 años que convivimos. Esto es mera formalidad. Es más, hicimos “joda” porque nos pidieron nuestros conocidos. Si por nosotros fuera, moría todo en el “civil” de ayer”, argumentaba el novio. “La idea es hacer algo súper informal, por eso alquilamos un resto-bar para la fiesta”, completó la novia.

Pese a la versión de los novios, los que parecían no entender lo de “informal” fueron los familiares y amigos. Iba llegando y todos esperaban a la feliz pareja afuera del resto-bar. El semáforo me dio rojo, justo media cuadra antes del lugar festivo: aproveché para cobrar el viaje para que frente al salón los novios sólo tuvieran que sonreír ante las cámaras y saludar. Me acomodé el cuello de la camisa, puse “cara de confites” y allá fuimos. Balizas puestas, estacioné para que descendiera la pareja ante los aplausos tenues que caían del lado izquierdo del taxi. Los despedí con un “Hasta la próxima y suerte”, mientras hacía mi mayor esfuerzo para mantener mi rol de chofer de coche de bodas. La luz de la tulipa del techo se prendió: era hora de volver a mi rutina habitual.