lunes, 6 de febrero de 2012

Policía atrapado

“Nos conocimos en la fuerza”, me dice la policía que hacía las veces de pasajera haciendo referencia a su marido. Ya estaba un poquito avanzada la conversación y, por supuesto, habíamos superado la temática de “lo loco que está el tiempo” y demás yerbas. Me había tomado en el centro e iba a barrio Patricios.

Me empezó a contar de su matrimonio y de su comienzo tumultuoso: “Nos conocimos en la fuerza. Empezamos a estudiar en la escuela de policías y sobre el final del curso de agente (dura 9 meses) nos pusimos de novio”, me explicaba la pasajera. Pero el comentario que hizo parecía incompleto. Era notable que, si habláramos de escritura, eso fueron puntos suspensivos, y no un punto final en su declaración. “Pero se portaba mal al comienzo”, agregó comenzando su descargo. Me mencionó que una vez terminado el curso, su esposo (por entonces flamante novio) trabajaba todos los Sábados a la noche en la comisaría 9na, con lo cual no podía organizar salidas de pareja para ese día de la semana; y eso claramente le jodía. “Mi papá es policía también y él una vez me dijo que no se podía asignar incesantemente a un efectivo en un mismo horario tedioso o poco amigable, porque constituiría un abuso por parte de su superior; entonces comencé a sospechar de que algo andaba mal o, mejor dicho, de que este la estaba haciendo bien”, relataba la uniformada.

Con ese escenario, y con su sexto sentido agudizado, decidió sacarse las dudas sobre el posible entuerto: se puso de acuerdo con su hermana para que, exactamente al mismo tiempo, ella llamara a la comisaría 9na pidiendo por su cuñado y mi pasajera, en ese instante, se contactara vía telefónica con su novio. El plan era perfecto. “Eran las 11 de la noche. Marcamos al mismo tiempo. Mientras yo empiezo a hablar con el guacho este que me decía que estaba muy cansado por la guardia que estaba llevando a cabo, mi hermana me dice por medio de señas que se había ido de la comisaría a las 3 de la tarde. Yo no me iba a quedar así como así. Primero me hice la pava y le dije que le iba a abrir un sumario a su superior por abusarse de su autoridad y recluirlo todos los sábados a la noche, porque eso constituía un exceso de mando y le corte. Me llamaba y me llamaba y no le atendía; él desesperado para que no abriera el sumario. Decidí atender y le pedí directamente que me dijera la verdad”, me explicaba enérgicamente la pasajera. El novio estaba atrapado en una jaula de leones: estaba encerrado y no le quedó otra que confesar que le era infiel. “Yo lo perdoné porque es entendible que no estuviera tan enganchado conmigo. Recién hacía 6 meses que salíamos”, justificaba la pasajera. O mejor dicho, lo justificaba la pasajera.

“Nunca más me engañó”, fue la frase con la que comenzaba el cierre de la charla. "O nunca más lo volvieron a agarrar al poli”, pensaba yo(jeje). Íbamos llegando al final del viaje y yo le menciono mi admiración por su capacidad de perdonar. “Yo lo perdoné. Ahora estamos casados; es otra cosa. Pero cada tanto le hago una miradita al celular de él o sino cuando él se junta en casa y juega a la Play con sus amigos, y yo supuestamente estoy dormida, me arrimo a la puerta del comedor y paro la oreja para ver si trama algo”, concluyó.

Está claro ¿no? ¿Perdón a medias o secuelas de heridas cerradas? En fin… una de las tantas historias que se pueden contar en un vehículo de alquiler.