Sábado, 23 horas. Me hace seña una pareja en el Bv. Las Heras (generalmente así empiezan los viajes: con la seña del pasajero para que uno se detenga… JEJE). Ambos estaban bien vestidos, como para asistir a una fiesta. Suben, y me dicen el destino: “Barrio General Paz”. Seguido de esto, el pasajero acota: “estamos llegando tarde al casamiento”. Yo, haciéndome el “pícaro” y chistoso a la vez, le digo: “mientras ustedes no sean los novios”. “Somos los novios”, me contesta la pasajera de manera sonriente. Sinceramente me dejó tan descolocado la respuesta, que me quedé por varias cuadras en silencio.

Pese a la versión de los novios, los que parecían no entender lo de “informal” fueron los familiares y amigos. Iba llegando y todos esperaban a la feliz pareja afuera del resto-bar. El semáforo me dio rojo, justo media cuadra antes del lugar festivo: aproveché para cobrar el viaje para que frente al salón los novios sólo tuvieran que sonreír ante las cámaras y saludar. Me acomodé el cuello de la camisa, puse “cara de confites” y allá fuimos. Balizas puestas, estacioné para que descendiera la pareja ante los aplausos tenues que caían del lado izquierdo del taxi. Los despedí con un “Hasta la próxima y suerte”, mientras hacía mi mayor esfuerzo para mantener mi rol de chofer de coche de bodas. La luz de la tulipa del techo se prendió: era hora de volver a mi rutina habitual.